Autor: Iván De La Vega
De lejos el mayor problema que tiene el planeta tierra es el cambio climático y, en gran medida, los seres humanos somos culpables directos del acelerado deterioro de este gran ecosistema mundial que nos permite estar vivos. Dentro de los aspectos negativos más relevantes relacionados a este punto encontramos: el aumento de las temperaturas a ritmos nunca vistos a causa del efecto invernadero que genera el deshielo de los glaciares; el aumento de los fenómenos meteorológicos extremos; la contaminación ambiental con la consecuente pérdida de biodiversidad y el estrés hídrico global, entre otros.
Los seres humanos somos la única especie planetaria que consumimos más de lo que necesitamos para vivir. Un factor distorsionador de ese proceso radica en el tipo de educación que recibimos y a la tipología de sistemas culturales en los cuales nos desenvolvemos, debido a que marcan patrones de conducta asociados a la sociedad global del consumo extremo. Este hecho no nos permite, en la mayoría de los casos, tomar conciencia real de ello. Incluso, la situación es más preocupante aún, dado que estamos agotando los recursos naturales no renovables y los que son renovables los consumimos mayormente por encima de su tasa de reposición, lo cual es un indicador marcador de que vamos en la dirección incorrecta. Lo más llamativo del caso, es que las iniciativas a escala global, regional y local para minimizar este desequilibrio son insuficientes y no se avizora un cierre de brechas importante en esa línea. Otro indicador marcador, es el proceso conducente a la obtención de las metas de los ODS 2030, dado que hasta ahora no se cumplen.
En el contexto anterior se presenta un gran dilema asociado a las curvas de aprendizaje que tenemos los humanos y a la forma en la cual vivimos. Me refiero, a que nos han educado bajo el criterio que mientras más consumamos más exitosos seremos y, en esa línea, aparece en el horizonte la búsqueda constante de innovaciones como el factor diferenciador de riqueza y prestigio.
Al señalar en el título de este editorial que debemos decirle adiós a la innovación, estamos afirmando que ya no es válido obtener ganancias depredando aún más nuestro planeta. Esa no puede seguir siendo la estrategia para obtener mayores dividendos para vivir ‘mejor’. Las generaciones futuras y el ecosistema vivo del planeta no lograrán subsistir adecuadamente si seguimos agotando y deteriorando lo que todavía no hemos depredado.
Por la razón mencionada le damos la bienvenida a la innovabilidad y aseveramos que este término llegó para quedarse, dado el poder que tiene como idea fuerza desde el punto de vista conceptual. Sí, la potencia de esta nueva definición radica en usar toda la creatividad posible y la imaginación como las nuevas estrategias para desarrollar iniciativas que lleven al máximo nivel posible actos de innovabilidad. Es decir, es perentorio buscar soluciones que minimicen los impactos negativos que producimos o generamos los seres humanos.
Ahora bien, esto ni es fácil cumplirlo, ni se decreta de la noche a la mañana, ni ocurrirá de forma inmediata. Como todo en la vida, es un proceso y lo primero es dar a conocer globalmente en que consiste la innovabilidad. Luego, debemos reprogramarnos neurolingüísticamente de forma progresiva, con el fin de ir adquiriendo las competencias basadas en este nuevo enfoque. A diferencia de otros paradigmas, modelos o conceptos, la ventaja comparativa de la innovabilidad, radica en que se inicia con la persona. En realidad, cada uno de nosotros somos, por definición, estructuras unidimensionales de producción de innovabilidad; pero al no ser totalmente conscientes de ello, no actuamos en consecuencia. Lo que no entendemos todavía, es que con acciones básicas ya estamos produciendo impactos positivos que sumados generan una disminución significativa de daños a ese ecosistema vivo del cual formamos parte.